miércoles, noviembre 30, 2005

Piel

Esta bien, a mi los dias turbulentos me dejan transtornada...hoy me a dado por terminar esto. Llevaba días intentando hacerlo, creo q el resultado no a quedado especialemente mal, aunque podria mejorarse, por supuesto. El tema de todos modos es bastante sugerente, si que no sera el primero ni el ultimo relato de este tipo que veais aparecer. Espero q no os disguste, bss, Paix.
PIEL
La mano cayó y ella alzó, triunfante, la cabeza.

No era la primera vez que le pegaban. En el patio del colegio de Sevilla hacia mucho que aquello había dejado de sorprender. Nadie se volvió cuando sonó el primer golpe. No les hizo falta mirar para saber que pasaba, y con la determinación de los que lo han tenido todo siempre, llegaron a la conclusión de que esa vez, como las anteriores, no podían hacer nada por ella. En silencio, siguieron avanzando hacia el edificio de piedra gris, alejándose lo más posible del callejón, antes de que la voz suplicara clemencia y la parte humana que todos escondían se revelara.

Demasiado bien conocía ya el pavimento del callejón al que la condujeron. Ni siquiera tuvo que mirar las caras de los cinco muchachos que la rodeaban para saber de quien se trataba, todo era demasiado habitual. La calle cercana al instituto, la claridad de la mañana, el temblor de su cuerpo conciente de lo que se avecinaba. Algo en su interior, allí donde la raza se vuelve instinto, pugnaba por salir, por revelarse. Pero el primer golpe cayó, y el poco orgullo que quizás tuviera desapareció. Ya nada era nuevo para ella.
Como una niña, de rodillas sobre el cemento y con la cara ardiendo por el golpe, Nadia comenzó a llorar. Bajito, muy bajito, para no escucharse a sí misma. Escuchaba las risas lejanas, las voces, los insultos. Cada uno de ellos llegaba desde lejos y se clavaba, hiriente, en su corazón de india, de negra, de musulmana. Desgarrándola....

El golpe había sido demasiado fuerte. El sonido había sido extraño. De repente las voces del callejón se callaron, un silencio mortal se extendió. Asustados los cinco muchachos se acercaron a ella. Rezando, o inventando plegarias, por primera vez en su vida necesitaban a dios. Uno de ellos, el más valiente, le dio la vuelta. Nadia abrió los ojos, para encontrarse con cinco hombres blancos que la miraban a aterrorizados. Vio en sus ojos el reflejo de la muerte, y pensó que agonizaba.
Y entonces, de verdad, por primera vez en su vida, Nadia se dio cuenta de que ella no era menos que esos muchachos blancos. Que esos ‘hombres’ que se atrevían a pegarle Allí, tumbada sobre el suelo duro del callejón, sintiendo su sangre resbalar por su cuerpo, oliendo el olor del miedo, Nadia miró verdaderamente a los ojos de sus torturadores y vio con la clarividencia de la última hora lo que siempre tapó el miedo.
Esta vez si, la sangre que latía en sus venas se reveló por completo, y Nadia emergió con su piel oscura y sus ojos extranjeros. Tuvo ganas de reír, pero el dolor la obligó a sonreír tan solo. Se puso de pie con dificultad, mientras los muchachos la miraban con aprensión. La voz de Nadia sonó, por primera vez, con fuerza en el callejón.
- ¡Vamos, - incitó- remátenme!
- Mira la negra, - uno de los muchachos se adelantó. Incitado por su anterior cobardía, dispuesto a resarcirse.- aun tiene valor para chulearnos.

La mano cayó y ella alzó, triunfante, la cabeza.
FIN
A Miguel y María José, dos personas excepcionales a las que quiero con locura.


sábado, noviembre 26, 2005

Clarisa

Bueno, pues por aqui dejo esto( si 'esto'...aun no me decido a llamarla de otra manera) personalmente la 'idea' principal, o al menos la idea que quise transmitir con ella, me gusta(o me gustaba) pero el resultado final...En fin, como dice mi buen Ori, os lo dejo para q opineis. A ver q tal...bss, Paix

Clarisa

Clarisa no tenía ningún don. Su padre era pintor, su madre cantante, y cada uno de sus hermanos destacaba en algo: Juan era un genio de la química, Maite del solfeo, y hasta Enriqueta, con solo cinco añitos demostraba ya un gran talento para el piano. A Clarisa destacar nunca le preocupó, se acostumbró(como el resto de mortales) a que siempre habría alguien que la superaría en algo. Y fue feliz, acompañando a sus hermanos y sus padres a teatros, concursos y exposiciones, donde ellos eran los protagonistas y ella se sentía enormemente orgullosa.
El pequeño pueblo donde vivía siempre había conocido a los Márquez, la familia de Clarisa. Ella solía pensar, soñadora, que desde el principio de los tiempos siempre hubo alguien de su familia destacándose. Los imaginaba, sentada junto al arroyo donde iba a escribir, como valientes guerreros de la guerra o terribles piratas de los mares del sur. Los Márquez no habían sido reyes, pero estaba totalmente segura de que habían dominado el mundo.
A Clarisa le gustaba escribir. Aunque estaba segura de que, como todo, no lo hacía especialmente bien. Sin embargo, todas las tardes cogía su cuadernillo rosa y bajaba por el prado, hasta la antigua laguna. El causal del río que pasaba por allí, había sido movido algunos años antes, en el tiempo en el que el abuelo Márquez era alcalde. Y solo un pequeño riachuelo vadeaba ya el valle. Pero el sonido de los guijarros y los cantos rodados tranquilizaban a Clarisa. En comparación con el infernal ruido de su ‘casa de locos’, el antiguo riachuelo era un paraíso.
El día que vio a Felipe Rochas en la puerta de la escuela, Clarisa, tenía quince años. Se quedó parada, a la sombra de un portón, mirando embelesada los rizos negros y la piel canela del nuevo maestro. Apretando los libros contra su pecho, siguió con la mirada cada una de sus facciones, absorbió cada una de sus sonrisas, grabándolas a fuego en la mente para no olvidarlas nunca. Y por primera vez en su vida Clarisa deseó destacar en algo, dejar de ser la sombra que nunca se apreciaba, para convertirse en la única estrella del firmamento de Felipe.
Desde ese momento la alegría que siempre predominó en ella se evaporó, sustituida por la obsesión. Clarisa vivía perdida en sus pensamientos, siempre junto a su cuadernillo rosa, pues había llegado a la conclusión de que su única posibilidad de destacar sería la escritura. Comenzó miles de hojas e historias que terminaron en el arroyo, hasta que un día creyó encontrar la definitiva. Compró entonces otros ocho cuadernillos rosas y se encerró con ellos en el estudio de su padre. Su madre, con la clarividencia de siempre, supo ver lo que le pasaba y pidió a los demás que la dejaran en paz. Clarisa dejó de asistir a la escuela y a misa, dormía en un jergón en el estudio, tapada a medias con las hojas de su manuscrito. Hasta que un día, varios años después, despertó sobre su libro terminado.
Con la dedicación de quién a vivido para ese momento se duchó y perfumó, anudó las hojas de su manuscrito con un lazo rosa, besó a su madre en la mejilla y salió. En la calle, la gente se volvía para mirarla. Desde hacia más de dos años se rumoreaba en el pueblo que Clarisa Márquez, presa de un amor imposible, se había encerrado en su casa para morir en vida. Pero la joven que los saludó al pasar no se parecía ya en nada a la muchacha que había desaparecido de la noche a la mañana, y muchos tomaron la determinación de que simplemente, no era ella.
Clarisa llegó frente a la escuela, pasó junto a ella y entró sin llamar en la casa del maestro. Felipe estaba vestido, sentado ante un café humeante, esperando. La vio llegar y supo sin palabras quién era. Desde aquella mañana en que su mirada se clavó en él la había visto en sueños, vivía obsesionado con su reflejo.

- Buenos días señor, aquí le traigo mi historia para que vea que yo si tengo talento- Murmuró discretamente Clarisa, entregándole el ajado rosa, mientras se sentaba frente a él.
Despacio, como el que saborea cada palabra Felipe leyó la historia. Imperturbable, Clarisa lo miraba, recreándose en la forma de su cuello y de su espalda, cruzando los dedos bajo la mesa para que a él le gustara. Contuvo el aliento cuando el llegó al último punto, lo vio levantarse y acercarse a ella. Antes de que comprendiera porque él la besó. No era un beso rudo, ni suave, ni entusiasta. Era un beso de rutina, el primero de muchos, o así lo entendió Clarisa pues se apretó a su cuello riendo.

- Así pues te gustó mi historia.- Murmuró satisfecha.
- No, niña, es uno de los peores escritos que he leído nunca.- Vio con asombro que sus ojos le sonreían antes de volver a besarla.

Fin

jueves, noviembre 17, 2005

La Bailarina

Ay, Ori, me da a mi que hacer un blog contigo me deja el listón muy alto. ¿Qué obra mia será ni remotamente comparable a las tuyas? Quizá (pero solo quizás...) mi bailarina...

La Bailarina
A los cuatro años Lucia Medranos sabía cantar como los ángeles, a los cinco era capaz de tocar al piano de memoria largas sonatas de Mozart, sin confundir ni una nota. Pero a los siete descubrió su verdadera vocación: la danza. Desde la primera vez que sintiera su cuerpo transportado al séptimo cielo de la ingravidez, la elasticidad de sus brazos y piernas entonando las mismas notas que sus expertos dedos eran capaces de arrancar al piano, supo que no quería hacer otra cosa en la vida. A ella, descendiente de una ilustre familia de músicos, la danza le pareció la partitura más sublime, la forma más perfecta de amar el arte.
La familia la arropó, encantados por otra generación de Medranos artistas y Lucia se entregó con ardor a su pasión. Bailó y bailó sin parar por años, no la agotaban las cientos de horas pasadas en complicadas posiciones que dejaban sus músculos tirantes y martirizaban sus huesos, ni levantarse antes del amanecer para comenzar el enorme ritual de preparar su cuerpo para el esfuerzo, nada la cansaba ni la molestaba hasta la lluviosa mañana de abril en la que Antonio se paró frente a su ventana.

La familia de Antonio era pobre. Ni mala ni buena, solo pobre. Y durante toda su vida, día a día, él fue conciente de eso. Trabajo de sol a sol para tener algo que comer, y lo hizo sin pensar en si mismo, sin intentar cambiar las cosas. Simplemente no había tiempo para ello, el hambre estaba ahí, a la vuelta de la esquina. Esperando. Pero una lluviosa mañana, mientras iba desde la panadería hasta su casa, corriendo para no estropear una de sus mejores ropas escuchó algo que lo dejó clavado en el suelo. Cuando pudo moverse miró anonadado a su alrededor, buscando el origen de aquella pena. Porque ese no era un canto normal, estuvo seguro Antonio, era un canto que nacía del alma, de un alma marchita, una llamada de auxilio. Se volvió, todavía desconcertado y entonces la vio.
De piel pálida, toda vestida de rosa, la vio moverse con la gracia aprendida a fuerza de tesón durante años, al compás de su triste melodía. Con la impresión de que un ángel bailaba para él, Antonio se quedó mirándola olvidando el sentido del decoro y el traje bueno, hasta que Lucia Medranos se volvió, y lo miró por fin a los ojos.

Desde ese momento las vidas de Lucia y de Antonio, antes dedicadas a otras cosas pasaron a completarse la una a la otra. Ella se levantaba antes incluso del alba, y se sentaba ante el espejo, peinaba su cabello de oro perdiéndose en su propio reflejo, buscando a la bailaría que había enamorado a un hombre.
Antonio vivía con una sonrisa perenne, por primera vez en su vida era feliz. Aunque nunca había sido infeliz, simplemente no sabía que tal cosa existiera. Iba de un trabajo a otro, cuidaba de su madre y sus hermanos con la entereza de siempre y siempre con su sonrisa.
Jamás se hablaron, pues ambos comprendieron sin palabras. Y tarde tras tarde, siempre a la misma hora Antonio se acercaba a la ventana donde Lucia Medranos bailaba solo para él.

Fin


miércoles, noviembre 16, 2005

¡Estrenamos blog!

Si ya tenia yo ganas de hacer algo asi contigo Paix xD Me voy a dar el lujo de estrenarlo para ver que tal queda, voy a publicar de lo poquito que tengo pasado a PC. Dice así una historia que probablemente nadie entienda... xD
Cuando la musa habla de fantasmas

Cuando la musa habla de fantasmas, el alma llora.

(...)

Y allí estaba él. ¿Había acabado todo? Podría ser, pero ni él mismo sabría decirlo con seguridad. En aquel momento todo lo que podía hacer era llorar o reír; poseído por la locura, casi incrédulo, decidió reírse amargamente de su desdicha, pues las lágrimas jamás le habían traído gratos momentos, y aunque todo aquello bien merecía un par de lágrimas, sin duda había tomado la decisión correcta: reír.

La calle parecía ser un paréntesis entre el colorido frenesí de la ciudad, un descanso de las luces de neón y las gigantescas farolas de anaranjado alumbre. Todo cuanto veía la luna desde las alturas era una mancha oscura vagamente iluminada por una serie de puntitos blancos de perfecta simetría entre sí.

Bajo una farola de resplandor blanco se hallaba él, rodeado de oscuridad. Casi parecía una forma inerte hecha del mismo blanco y negro que vestía toda la calle. Solo el humeante cigarrillo que se consumía en sus labios parecía conocer de las maravillas de otro color: el rojo anaranjado que lo consumía.

Bien podría yo, el narrador de su triste historia, hablar sobre todas las cosas que mancharon su vida impregnándola de color, desde el rojo carmín de los besos hasta el negro apagado de un llanto; pero eso, ya no era importante. Solo cabe decir que ahora, lo mejor era el blanco y negro.

Al fin, el cigarrillo se consumió. Mientras el rojo fuego se extinguía, el cigarrillo pareció comprender que todo había acabado, y, asustado, soltó un último grito en forma de humareda (que como no podía ser de otra forma, flotaba en perfecto blanco y negro). La sonrisa de su rostro se desvaneció.

Intentando recordar qué pasos le habían llevado a "reír por no llorar" bajo aquella triste farola, se asentó mejor el sombrero para guardar bajo la sombra del blanco resplandor sus negros ojos. Con la siniestra, se dispuso a sacar del bolsillo de la gabardina otro cigarrillo que lo ayudase a pensar, pero un desgarrador grito lo interrumpió.

Algo, o no, mejor, alguien caía desde lo más alto de un edificio en aquella misma calle. En un primer momento, mientras veía a aquel infeliz caer, pensó que se suicidaba de plena voluntad, pero al recordar el desesperado grito que exhaló mientras caía, supuso que la victima se había dado cuenta de que acababa de sellar su destino y, arrepentido, no pudo soportarlo. El cuerpo se estrelló estrepitosamente contra uno de los coches aparcados a un lado de la calle, destrozando su techo como si de un fino papel se tratase, hundiéndose entre el resquebrajado metal hasta casi besar el suelo.

Una multitud salida de la nada rodeó con premura el lugar del siniestro; el silencio de la noche definitivamente se partió al verse inundado de gritos y llantos, sonoro producto del conmovido gentío.

Aunque a él la fuerza no le acompañase en ese instante, se vio en la obligación de acercarse a contemplar lo sucedido junto a la morbosa multitud. La victima vestía una gabardina oscura y lo que parecía un sombrero "años 50" a juego con su atuendo.

"Señora, ¿qué ha ocurrido?" – preguntó a una mujer de avanzada edad que contemplaba la escena, que aunque apenada, no parecía tan conmovida como el resto.
"...otro ángel ha caído" – de entrada, la respuesta le sorprendió, lo abrumó por un instante, pero al acercarse al cadáver tanto como para verle la cara, lo comprendió. Vestía sus mismas ropas, calzaba sus mismos zapatos, una cajetilla de su tabaco favorito yacía en el suelo junto al cuerpo destrozado. Él yacía muerto sobre el techo de un coche, víctima quizás de su delirio.
"Idiota... pero si ya no tienes alas..." – pensó en voz alta, mientras la angustia lo abrazaba. La gente a su alrededor se desvaneció con el susurro de estas últimas palabras; el vacío a su alrededor se tornaba totalmente oscuro, ya no había blancas farolas que alumbrasen su camino.

...y allí estaba él. ¿Había acabado todo? Quien sabe. Todo aquello bien merecía un par de lágrimas, pero sin duda había tomado la decisión correcta: reír.