sábado, junio 10, 2006

Verde (2/2)

Enga, una cosa rapidita. Pim, pan, publicar... antes de que me arrepienta o_O! Quizás le sobra un poco de "nata", pero era esto o semanas de correciones, así que lo dejo así xD Besos de nuevo para Chloé. ¡Espero que te haya gustado! <3
· v e r d e ·
· s e g u n d a p a r t e ·
Tan pronto como se dejaron de escuchar los pasos de Midori en la lejanía, se hicieron evidentes otros sonidos a la espalda de Hinode. Giró la cabeza, una reacción propia de los que gozan de la vista, y, algo confusa, preguntó…

-
¿Midori?, ¿eres tú…?
- Madre… soy yo, madre… - el niño, ahora hombre, se sentía de nuevo hijo –
- Nagareboshi… ¿eres tú hijo mío? – la anciana se sentía, de nuevo, madre. El niño de sus ojos estaba de vuelta. –

Como respuesta obtuvo un abrazo. El más calido que le hubiesen dado nunca. Los reencuentros así son siempre emotivos pero este, quizás producto de las circunstancias, incluso lo fue más que el resto. Entre lágrimas, besos y sonrisas, la vieja Hinode se sintió de nuevo joven, casi liberada de su enfermedad, del peso de la edad y del espíritu. Las flores hubiesen hecho un pacto con el mismo diablo por sentir el calor de ese abrazo, por arrancar sus raíces del suelo y saltar al regazo de aquella madre y su niño, aunque significase la muerte. Tenían tanto verde para dar, ¡querían tanto verde dar!… pero tan insufrible sería su castigo…

Ironías de nuevo. Después de tanto tiempo ansiando el regreso, con tanto que contarse, faltaban las palabras en aquel reencuentro. Sobraban las palabras en el jardín.

- Acabas de regalarle a esta vieja el tesoro más preciado que existe. Tu padre gritará a los cielos que su hijo ha vuelto a casa. Se cree de piedra, pero llorará al saber que su hijo ha vuelto.
- Gritará al cielo, llorará. No me cabe duda. – Nagareboshi parecía distraído, aunque siempre sonriente. Miraba tan fijamente a los ojos de su madre que la hubiera hecho ruborizarse si hubiese sido consciente de ello. Siempre asusta que alguien te vea desnudo. – Qué duro ha sido, madre. Visitar el infierno en vida amedrenta las fuerzas del hombre más valiente. Cada enemigo abatido, cada hermano asesinado, cada día que he pasado lejos de aquí, de ti y de padre, de Midori… Cada segundo que ha pasado desde que salí corriendo de esta casa ha sido una pesadilla.
- Tu tierra ha sido siempre este jardín, estas flores y estos árboles. Tu carne sus frutos y tu sangre el agua de esa fuente. Tu tierra y tu templo somos nosotros, tu mujer y tu hijo. Aquí siempre ha estado tu lugar al que regresar.
- Y hasta ahora no me he dado cuenta.
- Te honra haber defendido esta tierra, tu hogar y el de tus hermanos. Pero el precio a pagar ha sido muy alto. No puedo verte los ojos, pero tus manos vienen teñidas del color del vino, del olor de la muerte. Cuanto desearía poder compartir tu dolor… - No los veía, eso era imposible, pero casi podía sentirlos, tocarlos. Sus ojos desnudos refulgían con la alegría del regreso –
- Está bien madre. Ahora todo está en paz. – Sonreía. Casi le saltaban las lágrimas. Pero los hombres de verdad no lloran, así que las aguantó como pudo. – Ya casi estoy de vuelta.
( . . . )
Ruido. Mucho ruido. Gritos, llantos. Carcajadas del diablo. Fauces, garras. El vomitivo hedor de la carne pudriéndose, de demonios comiendo almas. El pasmo de la muerte observando la escena, esperando. Ruido. Llamaradas; fuego, luces y sombras. Barro, carbón y lava. El cielo en llamas, llorando cenizas. Ruido, ruido, mucho ruido, tanto, ¡tanto!…

Tanto…
( . . . )
- Todas las noches de mi vida las he pasado junto a una mujer. Primero tú, madre. Luego soñé amor junto a Midori. Un fusil es una dama demasiado fría como para dormir abrazado a ella. – Aún le quedaban fuerzas para hacer chistes. - ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Ha nacido ya mi hijo?
- Midori es aún más bella desde que está embarazada. Todavía faltan algunas semanas para que tu hijo nazca.
- ¡Me gustaría cogerlo ahora mismo en brazos! – Qué tierno. No quería llorar ante su madre pero si se dejaba ver esto de él. Los hombres de verdad no lloran, pero tampoco piensan demasiado. – Tengo tantas cosas que contarle… a él y a Midori… ahhh… - suspiró, añorando algo que nunca había ocurrido. –

Las cosas no duran para siempre. Hasta en algunos casos, aún menos de lo que se estima. Tras el suspiro se hizo el silencio y, por calar de ironía el relato, en un suspiro volvió a inundarse de ruido. Desgarrador, ante todo, aquel grito fue desgarrador. En apenas los breves segundos que duró se pudo palpar lo angustioso del grito. Fuese quien fuese la mujer que gritó, ahora debía de sentirse liberada.

Hinode volvió la cabeza aterrorizada, apuntando más allá del sendero de piedra, donde los pasos acaban por llevarte dentro de la casa.

- Ohh… - otro suspiro, este ligeramente distinto – Parece que se agota mi tiempo.
- ¿Qué quieres decir? ¿Está bien Midori…?
- Madre, he vuelto para ver de nuevo estas flores junto a ti, tal y como te prometí. Para contemplar de nuevo el verde de tus ojos. Decidle a mi padre que me perdone. Que su hijo se fue necio y cobarde, pero que volvió hombre y conocedor de la verdad. Decidle que al fin abrió los ojos. Decidle que siempre lo querré.
- ¿¡De qué hablas!? ¡Hijo! ¡Nagareboshi! – Histeria, lágrimas. Es humano asustarse –
- Decidle a Midori que mi corazón le pertenece. Que lo traigo manchado de carbón y ceniza, teñido del color del vino y apestando muerte, pero que es suyo hasta el fin de los días. Que latirá por ella aunque yo no esté aquí.
- ¡NAGAREBOSHI! – intentó en vano atraparlo con los brazos. Parecía que estuviese muy lejos, por muy cerca que lo escuchase –
- Decidle a mi hijo que camine con la cabeza bien alta. Que su padre volvió de los infiernos para decirle estas últimas palabras. Decidle que la muerte intentó besarle y no pudo; que no vaciló ante la sangre, que su mano siempre se mantuvo firme. Decidle a mi hijo que a su padre ni la muerte pudo encadenarlo. Decidle que el amor lo hizo libre y la esperanza, inmortal. Decidle que ni la guerra pudo acabar con un hombre enamorado; que viva la vida por la que luchó su padre. Te amo madre, te ruego que no llores, esta estrella siempre estará entre tus flores…

No hacía falta ver para saberlo. Se había ido. Le costaría poco más de unos segundos asimilar lo que había pasado, pero toda la una vida para encontrar explicación. Unos gritos interrumpieron su shock.

- Hinode… ¡Hinode! – Midori corría a su encuentro, sollozando entre lágrimas. Un hombre de aspecto severo y gesto compasivo la seguía. – Tu hijo… - Tenía la voz demasiado rota, hablar se hace muy difícil así. -
- ¿…sí?
- Usted debe de ser la señora Kazeku. Soy el teniente Meiyo Shi de la brigada número siete de la compañía E de Infantería del ejército. – Un tipo demasiado recto - Lamento de veras conocerla en estas circunstancias. Me mandan para darle la noticia ya que su hijo estaba en mi compañía. Su hijo… ha sido el mejor soldado que he tenido bajo mi mando. Gracias a su trabajo y el de hombres tan honorables como él la victoria está ahora de nuestra parte. Ahórrese lágrimas – y con poco tacto. - y sonría por que su hijo fue un héroe. Señora Hinode, su hijo, Kazeku Nagareboshi, ha fallecido.
( . . . )
Tanto, que se hizo el silencio.